jueves, 29 de septiembre de 2011

Etapa 7: A un guisante del abandono

(S) 14/5/2011. Alto do Cebreiro - Triacastela.


Esta mañana mi tobillo izquierdo ha amanecido aún peor de lo que estaba ayer por la noche. Ni el descanso, ni las vendas, ni el jolodrón, ni la pomada curalotodo, ni el bálsamo de tigre ese que lleva todo el mundo han servido de nada. Ahora me duele incluso sin mover el pie. Ni siquiera puedo atar la bota hasta arriba porque el tobillo ocupa ya aproximadamente el doble que su homólogo de la otra pierna. Y lo peor es que, de llevar tanto tiempo desplazando el peso hacia esta otra pierna (al menos desde Astorga), este otro tobillo también se me está inflamando, y hace ya un par de días que llevo los dos vendados para poder caminar.


Salimos siempre muy temprano para evitar el calor, y eso me ayuda bastante a terminar las etapas. El paisaje de hoy (y a esta hora) es absolutamente espectacular. El sol comienza a dorar una alfombra interminable de prados verdísimos salpicados de amarillos, azules, blancos y violetas, difuminados a tramos por una neblina providencial que lo riega todo, y rebordeados por un pespunte de castaños y carvallos centenarios, si no en edad, al menos en diámetro. És la Galicia más auténtica, más inxebre (como dicen aquí) que he conocido.


Pero yo apenas puedo disfrutarla... Cada diez pasos tengo que pararme y apoyar ambas manos sobre la vara que compré en Foncebadón, para balancearme sobre el pie más dañado y tratar así de aliviar la articulación. Me he aflojado y apretado la venda cuatro o cinco veces, y no cambia nada. Todos los extranjeros con los que hemos ido coincidiendo estos días, con los que aún no recuerdo haber cruzado más saludo que el clásico "¡Buen camino!", hoy me están conociendo. Pasan por mi lado y me dicen algo en francés, en alemán, en ruso y en véte a saber qué otros idiomas. Todos logran hacerse entender sin que yo comprenda ni una sola palabra. Está clarísimo que la empatía es tan universal como la música.


Por delante nos quedan aún más de catorce kilómetros para llegar a Triacastela, y mi padre no deja de decirme que así no puedo seguir, que no pasa nada si no llegamos, que total nadie nos espera en Santiago, que seguro que hay un coche de línea que nos puede devolver a León, y que allí podemos coger el tren de vuelta a casa. El pie me duele tanto que tengo ganas de llorar, y aunque sé que mi padre lo dice para quitarme presión, sólo me falta que me convenza de que he llegado al límite de mis fuerzas. Al final, de mala manera le acabo contestando que ya veremos, que pensar en todo eso no me ayuda y que ahora no nos queda más remedio que llegar a Triacastela, aunque sea arrastras, porque es que antes no hay nada más que monte y prados. Como es un bendito, se lo toma de la mejor manera posible, me va esperando por el camino y de vez en cuando me habla de cualquier cosa... Ahora sí me ayuda.


"Piano, piano andiamo lontano" ["Despacio, despacio llegamos lejos"], me anima un italiano. Y lleva razón. Entre la una y las dos llegamos al albergue da Xunta de Triacastela. Después de ducharme no me encuentro ya tan mal, pero no tengo la impresión de que mañana pueda caminar. Me siento en un banco, a la entrada del albergue, y me pongo a hablar con un chaval muy simpático que conocimos ayer, cuyo nombre aún no sé. Al poco, aparece su compañera de viaje, saluda y se sienta a su lado. Él sigue hablando y ella no deja de mirarme el pie. No lo mira, lo escanea, como un dibujante. ¡Joder, qué chungo tiene que estar para que le llame tanto la atención a la pobre chica!, pienso yo. Él debe de haber percibido mi preocupación porque, sin que yo le diga nada, interrumpe la conversación para advertirme: "Es que Susana es enfermera".


Su diagnóstico es clarísimo: no he hecho ni una sola cosa bien. "Olvídate de la pomada; ponte hielo, o mete el pie en el río, lo que quieras, pero baja esa inflamación con frío. Cámbiate la venda, que esa te está dando alergia, y mucha, por cierto. Y mañana por la mañana te vendas hasta debajo de la rodilla, si no, no sirve de nada".


Hielo no había. A ver si esto sirve...




domingo, 25 de septiembre de 2011

Etapa 6: El comer y el querer...

(V) 13/5/2011. Villafranca del Bierzo - Alto do Cebreiro.


..., todo es empezar.


Originalmente, el refrán decía rascar, en lugar de querer, pero a mí me gusta más esta segunda versión. Total, el querer, como el rascar, también surge del picor. Un día, sin querer, te fijas en una sonrisa o en unos ojos luminosos que se deslizan armoniosamente entre una muchedumbre patosa y te preguntas: "Joder, ¿y a mí ahora por qué me pica?". Y te acercas y, de repente, también sin querer, empiezas a querer. Y cuanto más quieres, más pica, y cuanto más pica, más quieres. 


Y, ¿cómo acaba eso? Pues, como cuando te rascas, sangrando y buscando la cura en el alcohol. Pero, el alcohol también pica, ¡y de qué manera! Y, mientras empapas la herida, piensas: "¡No me podía yo haber guardado los deditos debajo del culo, majo!" Pero, es inútil que lo pienses, porque mañana volverás a rascarte, aunque no quieras, y a querer, aunque no rasques ni una.


Con el comer, también pasa. Empiezas y cuesta parar. Y es que ¡comer es un placer tan grande!, ¿verdad...? Y si mezclas los alimentos con el cariño, ya ni te cuento. Tal vez no haya nada que pueda compararse a eso. Salvo los abrazos por la espalda, que aunque ahí nadie coma ni sea comido, nutren y alimentan el alma de ambos participantes como veintiséis raciones con doble de sandía.


A lo largo del Camino, lo cierto es que no nos podemos quejar: se come (y se bebe) de lujo en la mayoría de sitios a los que vamos a parar. Y eso que siempre tiramos de menú baratillo al mediodía y cenamos cualquier cosa: una fruta y un yogurt, por ejemplo, comprados en un súper o una tiendecilla cualquiera. 


Pero, lo de hoy en el Alto do Cebreiro no tiene nombre. Ha sido increíble. La señora que nos ha atendido era bruta como un arado. Carecía del mínimo tacto, sobretodo con los extranjeros, a quienes hablaba molesta, como si acabaran de inventarse su propio idioma antes de entrar por la puerta con el único propósito de complicarle a ella la vida. Me da la impresión de que, con los años, ha ido perdiendo la paciencia, en lugar de aprender a tratarlos... Pero, ¡ah, amigo!, la comida que nos ha servido ha hecho tambalear los cimientos de mi ateísmo. Realmente, ¡existen cosas divinas! Una lechuga verde como el prado de afuera, unos tomates que olían a tomate desde la cocina, patatas de la huerta fritas en aceite limpio de oliva, un pollo de corral que no necesitaba condimento alguno, pan de centeno y un vinito joven y ácido que me ha devuelto directamente a la casa de mis abuelos. Y todo eso por 9 euros, postre incluido. 


Por primera vez en todo el viaje, tengo la sensación de haber llegado ya a casa. Y eso que aún nos quedan unos ciento cincuenta kilómetros hasta Santiago.







jueves, 15 de septiembre de 2011

Etapa 5: El oficio de bandolero en el siglo XXI

(J) 12/5/2001. Ponferrada - Villafranca del Bierzo.


La una y media de la tarde, casi las dos, a pleno sol. Un giro repentino a la derecha y se nos aparece un tío repartiendo papelitos. ¡En mitad del secarral y a cuatro kilómetros del pueblo! Ahí, en avanzadilla, a lo Curro Jiménez, al asalto del caminante. Con su barba, sus gafas de sol, su chaleco de pescador, su visera y su patrol gris aparcado detrás, ocupando la mitad del sendero.


- Chicos, mirad. Un albergue privado nuevo, que no sale en las guías de lo nuevo que es. Espectacular, mirad qué fotos. Con habitaciones dobles, cama individual, no litera, agua caliente y baño propio, y por sólo 7 euros por persona. Y además tiene SPA (lo de la sauna y los chorritos de agua), que te sale por una miseria, y un menú que podríamos llamar de alta cocina a precio de calle, y además con descuento a los peregrinos. Y en el centro mismo del pueblo.


Yo es que iba a decirle "Ya, y además te la chupan mientras ves el fútbol, ¿no?", pero en lugar de eso me salió un discreto "A nosotros es que nos gustan más los municipales."


- ¡No puedes ni comparar, son una mierda, no vayáis! Hacedme caso, de verdad, que vale la pena. Que yo ni gano ni pierdo nada con esto, ya ves tú, que lo digo por vosotros, a ver si me entiendes. Yo estoy aquí por entretenerme y por echarle una mano a mi sobrino, que es el que lo ha montado. Mira, hacemos una cosa, te escribo aquí detrás mi nombre y tú vas y le dices que vais de mi parte, que él te busca un sitio preferente, ya verás... Si es que, por ese precio, qué más se puede pedir. Mira las fotos... No, no, pero míralas, míralas bien.


- Vale, bueno... Pues, gracias. Si eso ya lo vemos.
- De mi parte, ¿eh? Tienes el nombre ahí, en el papelito.


Cuatro kilometros después, dos albergues a la misma entrada del pueblo. El de la izquierda, en lo alto, tiene una pinta que en algo me recuerda al de Foncebadón, con colores y florecillas pintadas. El de la derecha, "Albergue municipal. 5 euros", reza el cartel. "¿Qué hacemos?". "No sé, lo que quieras."


¡Flop!, se nos aparece otro señor. Mayor que el anterior. Sin barba, sin chaleco, sin visera, sin gafas y sin patrol, pero con boina. Negra. Este no estaba aquí esperando, sino que sale de casa y va a algún lado.


- ¿Buscan albergue?
- Pues sí. Estábamos mirando estos dos.
- Este lo llevan unos jipis, una pareja, y no sé yo. Me parece a mí que no se come bien... El municipal está muy bien, hombre. Vayan ahí que estarán muy a gusto.
- ¿Y en el municipal se come bien?
- No, ahí no dan comidas.
- Pero... ¿Usted ha hecho también el camino?
- No, yo no.
- Ah, ya... El caso es que nos han recomendado también este otro albergue que está en el centro del pueblo.
- ¿Esteee...? Una mierda. No vayáis. Mucho envoltorio y poca sustancia. Para eso, es mejor el de los jipis.
- Vale, bueno, pues..., muchas gracias. Ya vemos qué hacemos.
- Venga, adiós.


Pito, pito, colorito... Y al final, valía 6 euros, y no 5.


sábado, 10 de septiembre de 2011

Etapa 4,5: Retrato de familia

(X) 11/5/2011. Ponferrada.


-¿Me estás dibujando a mí?
-Sí, claro; si no, no se sabe si he venido solo, contigo, o con una rubia de estas.
-¡Uuuuuy...! Mira que yo no tengo paciencia.
-Tranquilo, que no hace falta que te quedes quieto. Tú a tu bola.
-Sácame guapo, al menos.
-Sí, sí, guapísimo.


(Silencio. Resignado, se distrae leyendo un papel. No le interesa. Levanta la cabeza hacia las mesas vecinas. Parece estar atendiendo alguna conversación ajena, pero con el mismo entusiasmo que cuando hay anuncios en la tele). 


-¿Y tú no sales?
-¿No salgo a dónde?
-En la foto.
-Sí, sí, yo también salgo, no te preocupes.


Mi padre es un hombre tan fácil que no se me ocurre mejor compañero de viaje. Igual, lo que ocurre, simplemente, es que somos muy compatibles. Nacima me dijo una vez que si algún día quiero saber cómo seré yo de viejo, sólo tengo que fijarme en él. Somos muy distintos, le contradije yo. ¿Distintos en qué?, me replicó. Y entonces le dije que como mi padre se enterara de que le había llamado viejo le iba a caer una que pa qué... Pero, no es verdad. No le va a caer ninguna.




PD: Para evitar confusiones: mi padre no es Arcadi Oliveres. Pero, Arcadi Oliveres también es otro superhéroe con el que me encantaría poder hacer un tramo del camino, aunque fuera de 100 metros.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Etapa 4: La involución de las especies

(X) 11/5/2011. Foncebadón - Ponferrada.


Yo creo que la teoría de la evolución de Darwin (y Wallace, que siempre nos lo olvidamos y tiene tanto mérito como el primero), no la hemos entendido. O eso, o tiene fallos. Sí, sí, como te lo digo: hay algo ahí que no acaba de..., no sé.


Mi abuelo, por ejemplo. Era un tipo largo como un perchero y rudo como un percherón que sólo se lavó el pelo con jabón para sus bodas de oro. Lo que llamaríamos, un machote. Así, como mi padre, él también tenía superpoderes, aunque no eran los mismos. Mi abuelo mataba avispas haciéndoles el pulso chino. Cada vez que nos poníamos a comer bajo la viña, en cuanto abrías el vino ya las tenías encima. Primero, nosotros tratábamos de ahuyentarlas abanicándolas respetuosamente con la palma de la mano, pero, si acaso se iban, volvían immediatamente con más amiguitas a reclamar su dosis de alcohol y su tapita de queso. Después, el abanico acababa por perderles el respeto, y al final terminábamos saltando de la silla y corriendo carreira abaixo al grito de ¡Quítamela, quítamela! 


Mi abuelo, en cambio, se mantenía impertérrito. No soltaba ni el tenedor. Las veía merodear y empezaba a decir "Pousa, pousa aquí". E, inexplicablemente, la avispa se posaba en su índice, se paseaba por él y, cuando llegaba a la articulación de las dos primeras falanges, el hombre bajaba el pulgar con la calma de un funcionario y la aplastaba. Lo hacía tan despacio que el bicho veía pasar su vida en imágenes, antes de espicharla. Nunca vi que le picara ninguna.


Mi padre no mata avispas porque es un superhéroe pacifista. Alto, lo que se conoce como alto, no es, pero porque está concentrado. Y tampoco es que sea calvo, aunque sí es extremadamente generoso donando pelo. Por ahí, la evolución no parece haber ido p'alante, sino más bién p'atrás, ¿verdad? Pero, en cambio, mi padre es todavía más duro que mi abuelo. Aguanta lo indecible, y a sus 75 años todavía no soy capaz de tirarlo a la acequia (min. 5:40).


A eso me refiero, a que luego vengo yo, que vuelvo a ser alto como mi abuelo (aunque, más que normalito para la media actual) y también tengo pelo, que va camino de blanquearse del todo en cuatro días. Pero de superpoderes, ni por asomo llego a lo de cualquiera de mis antecesores. Un ejemplo: vengo cojo desde Astorga, sin ir más lejos. Tengo un tobillo que empieza a parecer una rodilla. Nada más llegar, he leído en la guía que en esta fuente mete los pies todo dios, y me he dicho a mí mismo: "Espero que esté clorada, porque o meto el mío también o mañana no camino".


O sea, que lo de la evolución, más que ir a parar a algún lado en concreto, lo que parece es que vaya dando tumbos. Y el que tiene la suerte de pillar cacho, lo pilla, y el que no, pues a cascarla. Así es como funciona en realidad.