domingo, 11 de diciembre de 2011

Si calientas una rajita, la rajita se hace grande

Es algo físico, invariable y universal; a todas las rajitas les pasa lo mismo: cuanto más las calientas, más grandes se hacen. A veces, incluso, se hacen tan grandes que llegan a abrirse, y entonces reclaman fervorosamente toda nuestra atención. Y, como la evolución nos ha programado genéticamente para captar casi todas las señales de alarma que emiten las rajitas antes y después de abrirse, somos capaces de regresar abruptamente del sueño más profundo a las tres y cuarto de la madrugada, alertados y alterados por un tintineo rítmico y lechoso en la habitación contigua, e incorporarnos ipso facto, dando un bote en la cama, dispuestos a hacer cuanto esté en nuestra mano para que la rajita acabe de gotear del todo y deje ya de dar por saco.


Un consejo: si queréis hacer yogurt sobre un radiador, ni se os ocurra utilizar para ello un bote de vidrio que ya tenga una rajita. Especialmente, si colocáis el radiador junto al mueble más pesado y más bajo de toda la casa. Tengo un amigo de un amigo que dice que le pasó.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Etapa 11: Se non hai burro

(J) 18/5/2011. Melide - Santa Irene.


Cuando yo era pequeño, mis tíos y mis abuelos se esforzaban por hablarnos en castellano, e incluso por hablarlo entre ellos si mi madre, mis hermanas o yo estábamos presentes. Jamás solicitamos ese trato, pero supongo que para ellos era una cuestión de educación. Por fortuna, aquello debía de resultarles un esfuerzo agotador, porque a la quinta palabra de la segunda frase acababan sucumbiendo, y volvían a la lengua en la que amaban, contaban e insultaban, sin haberse percatado siquiera. A nosotros nos fascinaba escucharles y, así, por ósmosis inversatodos acabamos entendiéndoles.


Por aquel entonces, rondaba por casa un cassette de Xan das Canicas, un humorista pontevedrés que explicaba historias demasiado cortas para ser cuentos y demasiado largas para ser chistes, siempre con un final decepcionante, pero con un desarrollo incomparable; yo no quería que se acabaran nunca. Y repitiendo sus historias, eu falei o galego por vez primeira.


Entre esas historias, había una en la cual no he podido dejar de pensar desde que he llegado al albergue de Santa Irene. Es la historia de Josesiño, un hombre vago hasta el extremo al que lograron convencer para que ayudara a un grupo de ingenieros a hacer una carretera para su pueblo. Le pusieron en la mano una variña coloradiña e branquiña, coloradiña e branquiña, y lo enviaron a caminar por el monte. Diez pasos a la derecha, diez a la izquierda, cinco adelante, quince atrás..., y así todo el día, con el geógrafo en la loma de enfrente, persiguiéndolo con el teodolito. Al final, a Josesiño se le inflamó el escroto de tanto andar p'alante y p'atrás y empezó a decir:


- ¡Non aguanto mais! ¡Eu arreo o chollo! ¡Arreo o chollo, pero xa mesmo!
- Pero ¡cómo que dejas el trabajo, hombre! Vamos a ver, ¿qué te pasa?
- Home, por favor, que es que aquí nin hai método, ni organización, ni nada de nada... ¡Esto o que é, é una trapallada toda! Así que eu arreo o chollo, ¡xa está decidido!
- Pero, a ver, a ver, un poquito de calma... ¿Qué es lo que te molesta, andar de un lado para el otro con la vara en la mano?
- Home, claro, é que así non se fai nada, home, por Dios, que non fai falta nada diso para facer una carretera. En mi pueblo, cando hai que facer una carretera, soltamos un burro, e por donde vai o burro vai a carretera.
- Ah, muy bien, muy bien... Pero, a ver cómo te lo explico yo...: supón por un momento que no hay burro. ¿Qué haces entonces?
- Ah, sí, sí... Ahí sí lle dou a razón. Se non hai burro, entón... chamamos ó ingeniero.


El albergue de Santa Irene está situado en un pie de carretera, perdido en medio del medio de la nada, entendiendo "la nada" como el lugar entre dos pueblos. Más te vale llegar comido y bebido de casa, porque el establecimiento más cercano está a un par de kilómetros HACIA ATRÁS, ¡con lo que le jode al peregrino desandar lo andado! Y dices tú: ¡Calla!, que no es que lo hayan pensado mal, sino que esto es así porque han reaprovechado un edificio antiguo, lo que viene siendo la vieja oficina de correos. Muy bien, y ¡a quién coño se le ocurrió poner una oficina de correos aquí, en el medio del medio de la nada, lo más lejos posible de todos los destinatarios al mismo tiempo! ¿A quién querían putear, al cartero o al pueblo?


Y luego está la ducha. Como hemos sido de los primeros en llegar, el agua salía literalmente hirviendo, tan caliente que yo apenas he podido mojar la toalla para frotármela un poco por el cuerpo, porque he sido totalmente incapaz de meterme bajo el grifo. Y, en cambio, los que lleguen por la tarde se encontrarán con el agua irremediablemente fría. Todo ello, porque sólo hay un calentador eléctrico de una porrada de litros (eso sí) para todo el albergue y, claro, el pobre hace lo que puede. Así que, para que el agua se mantenga presuntamente caliente durante más tiempo, a alguien se le ha ocurrido poner el termostato por las nubes... Pero, vamos a ver, ¿es que nadie se ha dado cuenta de que los primeros 50 litros los esquiva todo dios y van a parar directamente al desagüe? Y, si los esquivas porque el agua está fría, mira, al menos no has derrochado energía en llevarlos casi hasta la ebullición. Pero así, ¡como no hagan un pacto con el carnicero para que se traiga los gorrinos que tenga que escaldar...! ¿De verdad nadie se ha dado cuenta de que, al final, los litros útiles de agua caliente son los mismos, que poner el termostato así es tirar el dinero y despilfarrar agua y electricidad?


Lo peor es que estoy seguro de que todo esto está pensado, que aquí ha habido un experto, un perito, un ingeniero, que ha decidido que así es como tiene que funcionar. Pero, me jugaría ambas gónadas a que ese hombre se llamaba, por lo menos, Platero.







domingo, 13 de noviembre de 2011

Etapa 10: ¡Me ha tenido una idea!

(M) 17/5/2011. Gonzar - Melide.


Dicen que si a Einstein no se le hubiera ocurrido la Teoría de la Relatividad en 1905, se le habría ocurrido a algún gallego en menos de cinco años. La prueba está en que tú a un gallego le preguntas cómo se llama y te contesta que "Depende", y, la verdad, cuesta imaginar mayor relatividad que esa. El caso de Darwin y Wallace es otro ejemplo flagrante de lo que me vengo a referir: ambos llegaron prácticamente al unísono a idear la Teoría de la Evolución de las especies a partir de la selección natural, cada uno por su cuenta; el primero en el sofá de su casita británica, con su wiskito cortito y sus pantuflas, y el segundo en medio de un ataque de fiebre perdido en alguna de las Islas Molucas. 


¿Qué quiere decir esto? Que llega un momento en que las ideas están ahí, hinchándose a comer y poniéndose bien gordas, y de repente, no aguantan más y se buscan la vida para venir a este mundo a manifestarse. Quiere decir que Einstein, Darwin y Wallace son puros accidentes, son los pobres cerebritos que pasaban por ahí justo en el momento en que esas ideas habían decidido explotar.


Einstein, Darwin y Wallace aún tuvieron suerte de que las ideas les eligieron en un contexto en el cual uno se las podía atribuir: bastaba con publicarlas antes de que lo hiciera otro. Pero la gran mayoría de las ideas no son tan complejas como esas y, normalmente, se sirven de decenas o cientos de cerebritos igualmente brillantes, aunque tal vez más simples, para nacer muchas veces en un plazo breve. 


La invención del hórreo no es, en absoluto, una excepción. Oficialmente es una idea anónima, lo cual sólo significa que no se conoce al autor, y no que no se le ocurriera a alguien en particular. Sin salirnos de Galicia, se le tuvo que ocurrir por lo menos a diez o doce personas de manera independiente, y como cada una le puso a su invento el nombre que le salió de los procóndilos, hoy en día te pasas el día discutiendo si a eso de ahí hay que llamarle hórreo, órneo, orno, espigueiro, cabozo, canastro, canasto, canizo, cabaceiro, cabeceiro, piorno, cabana o paneira. 


A parte de eso, el invento es realmente cojonudo: ¿Qué hubieras hecho tú si tuvieras que mantener la cosecha de grano seca y aireada en un país donde el agua está presente hasta en la sopa... (igual tenía que haber buscado otra hipérbole)? Pues, coño, inventar un hórreo, si está clarísimo. Y es más, seguro que también se te habría ocurrido colocarlo así, sobre cuatro piedras planas, para obligar a los ratones a hacer escalada extrema si quieren acceder al grano. 


¿Lo ves...? Lo que yo te diga: instrumentos, somos meros instrumentos para las ideas.









domingo, 30 de octubre de 2011

Etapa 9: ¡A estos los pasamos...!

(L) 16/5/2011. Sarria - Gonzar.


Íbamos a parar en Portomarín, pero era demasiado pronto, así que hemos continuado el camino, adelantando terreno para mañana. El resultado son 30 km en 6 horas, cargados con 10 o 12 kilos a la espalda y subiendo y bajando montañas. Aún voy un poco cojo, pero sólo en las bajadas. En las subidas tiro como un burro, y mi padre no afloja ni aunque le falte el aliento... La chica de Ávila dice que por donde pasamos se levantan las hojas, como si hiciéramos el recorrido a caballo. "Así no podéis disfrutar del paisaje", nos dicen. Pero no es cierto; nos dejamos maravillar a menudo por lo que vemos, y lo vamos comentando. Sólo que eso no nos distrae en absoluto del objetivo. ¿Qué objetivo...? 


Pues, ¡muy buena pregunta! No lo sé. ¿Llegar? Tal vez ni siquiera tengamos los dos el mismo. Pero lo que está claro es que, cuando se nos mete algo entre ceja y ceja, no hay paisaje, lesión, ni edad que nos aparte del calendario.  Ni psicoanálisis, ni terapia conductual, ni gestalt, ni constelaciones familiares, ni estupefacientes, psicotrópicos, gominolas o jarabes para la tos... ¿Tú quieres conocerte a ti mismo? ¡Pues ponte a caminar con tu padre!


Cada día aprendo algo. Hoy lo más gracioso ha sido cuando estábamos a punto de acabar la cena. Mi padre, de cara a la barra, me dice:
- ¿Ves ese hombre de ahí?
- Sí.
- Pues, ese tiene que ser más joven que yo.


Me giro para mirarlo mejor. Se le ve mayor, pero aún está activo. Seguro que trabaja duro, a tenor de sus manos callosas, su piel curtida y su camisa y sus pantalones manchados, pero lo cierto es que se mueve con bastante dificultad y parece estar en otra órbita, como los que son viejos de verdad.
- ¡Imposible! - le digo - Ese hombre tiene, lo menos, cinco años más que tú, si no son más.


¡Y va el tío y se lo pregunta! ¡Con todo el morro! Sí, sí, con toda la amabilidad, pero con todo el morro también. Nos acercamos a la barra para pagar y le dice:
- ¡Jefe, buenas noches!
- Buenas noches - nos mira de arriba a abajo y añade - Y buen camino.
- Muchas gracias... Perdone, pero ¿qué edad tiene usted?
- 71.


Y de repente, una enorme sonrisa ilumina la cara de mi padre, se eleva cinco centímetros sobre el suelo, le pone la mano en el hombro a su interlocutor y, señalándose a sí mismo, le dice: 
- 75.


Instantes de duda. Flexiono las rodillas, suelto precipitadamente la cartera y la guía sobre la barra y saco la otra mano del bolsillo por si tengo que intervenir ante el inminente hostiazo que presagio. Pero, no. Todo lo contrario.
- ¡Caramba! ¡Pues está usted hecho un chaval!
- Camino mucho - (¡Nos ha jodido!) - y hago mucha bici, también.


Y se ponen los dos a hablar de sus cosas de gallegos. Yo me voy haciendo pequeño y me pongo a pensar en lo fácil que sería el mundo si la gente no viera mala intención donde no la hay. Y es que, además, casi nunca la hay.









sábado, 15 de octubre de 2011

Etapa 8: Perdona, ¿tú eras...?

(D) 15/5/2011. Triacastela - Sarria.


Ayer hubiera jurado que me había quedado sin fichas para seguir en la partida, pero el encuentro con Susana ha resultado absolutamente providencial. Hoy anduvimos veinte kilómetros, los quince primeros, como si me hubieran puesto tobillos nuevos. Cuando me he quitado la venda, tenía una enorme pelota a media pierna, a la altura aproximada de la pantorrilla. La inflamación no había podido bajar al tobillo, y por eso he podido mover el pie con comodidad casi hasta el final de la etapa. Ayer me iba para casa; hoy ya sé que esto no se me va a curar en un mes, pero a Santiago llego, ¡por mis gónadas que llego!


Son muy curiosas las relaciones que se establecen en el Camino entre la gente más variopinta. Algo parecido a lo que pasa en el ambiente de los castellers, a quienes cada vez admiro más y envidio menos. La confianza, la gratitud, la solidaridad, la amistad..., todo se magnifica (o eso o, como sospecho, en nuestra vida habitual llevamos todos esos valores amordazados). Lo que está claro es que el esfuerzo común por una misma meta y la dureza de las condiciones ayudan mucho a creer que ese que camina contigo es ya tu verdadero amigo. Te pones a hablar con él y, cuando te quieres dar cuenta, llevas cuatro días de confesiones, durmiendo prácticamente a su lado, y no tienes ni puta idea de cómo se llama. Y, claro, a estas alturas, ya te da hasta cierto apuro preguntárselo. 


Están... el de León; sí hombre, sí, este que es muy tranquilo y parece así como muy sensato. Y el aragonés; el de la bici también, pero yo decía el otro, el que quería estudiar para ingeniero de alcantarillas porque dice que es una profesión con muchas salidas. Y los dos cuñados de Cádiz, que siempre nos dan ánimos. Y la parejita esta de Vigo, que son un encanto. Y la francesa, que hace ya días que no la vemos; igual han acabado cogiendo un autobús, porque el 18 tenían el avión de vuelta desde Santiago. Y la argentina, una así rubia, muy alta, que sonríe mucho y va con un chico inglés; que sí, que sí, que la has visto seguro. Y los de Ávila; exacto, el del sombrero de paja rojo y la chica hiperenergética; sí, muy majos también...


Al final acabas haciendo malabares con el lenguaje para que nunca venga a cuento tener que nombrar a nadie, hasta que alguien lo hace por ti, y entonces ves el cielo abierto y no paras de utilizar su nombre como comodín entre frase y frase, otorgándole sin pensar el título oficial de amigo... Pero ambos sabemos que la amistad es algo más. Aunque este es un buen comienzo.



jueves, 29 de septiembre de 2011

Etapa 7: A un guisante del abandono

(S) 14/5/2011. Alto do Cebreiro - Triacastela.


Esta mañana mi tobillo izquierdo ha amanecido aún peor de lo que estaba ayer por la noche. Ni el descanso, ni las vendas, ni el jolodrón, ni la pomada curalotodo, ni el bálsamo de tigre ese que lleva todo el mundo han servido de nada. Ahora me duele incluso sin mover el pie. Ni siquiera puedo atar la bota hasta arriba porque el tobillo ocupa ya aproximadamente el doble que su homólogo de la otra pierna. Y lo peor es que, de llevar tanto tiempo desplazando el peso hacia esta otra pierna (al menos desde Astorga), este otro tobillo también se me está inflamando, y hace ya un par de días que llevo los dos vendados para poder caminar.


Salimos siempre muy temprano para evitar el calor, y eso me ayuda bastante a terminar las etapas. El paisaje de hoy (y a esta hora) es absolutamente espectacular. El sol comienza a dorar una alfombra interminable de prados verdísimos salpicados de amarillos, azules, blancos y violetas, difuminados a tramos por una neblina providencial que lo riega todo, y rebordeados por un pespunte de castaños y carvallos centenarios, si no en edad, al menos en diámetro. És la Galicia más auténtica, más inxebre (como dicen aquí) que he conocido.


Pero yo apenas puedo disfrutarla... Cada diez pasos tengo que pararme y apoyar ambas manos sobre la vara que compré en Foncebadón, para balancearme sobre el pie más dañado y tratar así de aliviar la articulación. Me he aflojado y apretado la venda cuatro o cinco veces, y no cambia nada. Todos los extranjeros con los que hemos ido coincidiendo estos días, con los que aún no recuerdo haber cruzado más saludo que el clásico "¡Buen camino!", hoy me están conociendo. Pasan por mi lado y me dicen algo en francés, en alemán, en ruso y en véte a saber qué otros idiomas. Todos logran hacerse entender sin que yo comprenda ni una sola palabra. Está clarísimo que la empatía es tan universal como la música.


Por delante nos quedan aún más de catorce kilómetros para llegar a Triacastela, y mi padre no deja de decirme que así no puedo seguir, que no pasa nada si no llegamos, que total nadie nos espera en Santiago, que seguro que hay un coche de línea que nos puede devolver a León, y que allí podemos coger el tren de vuelta a casa. El pie me duele tanto que tengo ganas de llorar, y aunque sé que mi padre lo dice para quitarme presión, sólo me falta que me convenza de que he llegado al límite de mis fuerzas. Al final, de mala manera le acabo contestando que ya veremos, que pensar en todo eso no me ayuda y que ahora no nos queda más remedio que llegar a Triacastela, aunque sea arrastras, porque es que antes no hay nada más que monte y prados. Como es un bendito, se lo toma de la mejor manera posible, me va esperando por el camino y de vez en cuando me habla de cualquier cosa... Ahora sí me ayuda.


"Piano, piano andiamo lontano" ["Despacio, despacio llegamos lejos"], me anima un italiano. Y lleva razón. Entre la una y las dos llegamos al albergue da Xunta de Triacastela. Después de ducharme no me encuentro ya tan mal, pero no tengo la impresión de que mañana pueda caminar. Me siento en un banco, a la entrada del albergue, y me pongo a hablar con un chaval muy simpático que conocimos ayer, cuyo nombre aún no sé. Al poco, aparece su compañera de viaje, saluda y se sienta a su lado. Él sigue hablando y ella no deja de mirarme el pie. No lo mira, lo escanea, como un dibujante. ¡Joder, qué chungo tiene que estar para que le llame tanto la atención a la pobre chica!, pienso yo. Él debe de haber percibido mi preocupación porque, sin que yo le diga nada, interrumpe la conversación para advertirme: "Es que Susana es enfermera".


Su diagnóstico es clarísimo: no he hecho ni una sola cosa bien. "Olvídate de la pomada; ponte hielo, o mete el pie en el río, lo que quieras, pero baja esa inflamación con frío. Cámbiate la venda, que esa te está dando alergia, y mucha, por cierto. Y mañana por la mañana te vendas hasta debajo de la rodilla, si no, no sirve de nada".


Hielo no había. A ver si esto sirve...




domingo, 25 de septiembre de 2011

Etapa 6: El comer y el querer...

(V) 13/5/2011. Villafranca del Bierzo - Alto do Cebreiro.


..., todo es empezar.


Originalmente, el refrán decía rascar, en lugar de querer, pero a mí me gusta más esta segunda versión. Total, el querer, como el rascar, también surge del picor. Un día, sin querer, te fijas en una sonrisa o en unos ojos luminosos que se deslizan armoniosamente entre una muchedumbre patosa y te preguntas: "Joder, ¿y a mí ahora por qué me pica?". Y te acercas y, de repente, también sin querer, empiezas a querer. Y cuanto más quieres, más pica, y cuanto más pica, más quieres. 


Y, ¿cómo acaba eso? Pues, como cuando te rascas, sangrando y buscando la cura en el alcohol. Pero, el alcohol también pica, ¡y de qué manera! Y, mientras empapas la herida, piensas: "¡No me podía yo haber guardado los deditos debajo del culo, majo!" Pero, es inútil que lo pienses, porque mañana volverás a rascarte, aunque no quieras, y a querer, aunque no rasques ni una.


Con el comer, también pasa. Empiezas y cuesta parar. Y es que ¡comer es un placer tan grande!, ¿verdad...? Y si mezclas los alimentos con el cariño, ya ni te cuento. Tal vez no haya nada que pueda compararse a eso. Salvo los abrazos por la espalda, que aunque ahí nadie coma ni sea comido, nutren y alimentan el alma de ambos participantes como veintiséis raciones con doble de sandía.


A lo largo del Camino, lo cierto es que no nos podemos quejar: se come (y se bebe) de lujo en la mayoría de sitios a los que vamos a parar. Y eso que siempre tiramos de menú baratillo al mediodía y cenamos cualquier cosa: una fruta y un yogurt, por ejemplo, comprados en un súper o una tiendecilla cualquiera. 


Pero, lo de hoy en el Alto do Cebreiro no tiene nombre. Ha sido increíble. La señora que nos ha atendido era bruta como un arado. Carecía del mínimo tacto, sobretodo con los extranjeros, a quienes hablaba molesta, como si acabaran de inventarse su propio idioma antes de entrar por la puerta con el único propósito de complicarle a ella la vida. Me da la impresión de que, con los años, ha ido perdiendo la paciencia, en lugar de aprender a tratarlos... Pero, ¡ah, amigo!, la comida que nos ha servido ha hecho tambalear los cimientos de mi ateísmo. Realmente, ¡existen cosas divinas! Una lechuga verde como el prado de afuera, unos tomates que olían a tomate desde la cocina, patatas de la huerta fritas en aceite limpio de oliva, un pollo de corral que no necesitaba condimento alguno, pan de centeno y un vinito joven y ácido que me ha devuelto directamente a la casa de mis abuelos. Y todo eso por 9 euros, postre incluido. 


Por primera vez en todo el viaje, tengo la sensación de haber llegado ya a casa. Y eso que aún nos quedan unos ciento cincuenta kilómetros hasta Santiago.







jueves, 15 de septiembre de 2011

Etapa 5: El oficio de bandolero en el siglo XXI

(J) 12/5/2001. Ponferrada - Villafranca del Bierzo.


La una y media de la tarde, casi las dos, a pleno sol. Un giro repentino a la derecha y se nos aparece un tío repartiendo papelitos. ¡En mitad del secarral y a cuatro kilómetros del pueblo! Ahí, en avanzadilla, a lo Curro Jiménez, al asalto del caminante. Con su barba, sus gafas de sol, su chaleco de pescador, su visera y su patrol gris aparcado detrás, ocupando la mitad del sendero.


- Chicos, mirad. Un albergue privado nuevo, que no sale en las guías de lo nuevo que es. Espectacular, mirad qué fotos. Con habitaciones dobles, cama individual, no litera, agua caliente y baño propio, y por sólo 7 euros por persona. Y además tiene SPA (lo de la sauna y los chorritos de agua), que te sale por una miseria, y un menú que podríamos llamar de alta cocina a precio de calle, y además con descuento a los peregrinos. Y en el centro mismo del pueblo.


Yo es que iba a decirle "Ya, y además te la chupan mientras ves el fútbol, ¿no?", pero en lugar de eso me salió un discreto "A nosotros es que nos gustan más los municipales."


- ¡No puedes ni comparar, son una mierda, no vayáis! Hacedme caso, de verdad, que vale la pena. Que yo ni gano ni pierdo nada con esto, ya ves tú, que lo digo por vosotros, a ver si me entiendes. Yo estoy aquí por entretenerme y por echarle una mano a mi sobrino, que es el que lo ha montado. Mira, hacemos una cosa, te escribo aquí detrás mi nombre y tú vas y le dices que vais de mi parte, que él te busca un sitio preferente, ya verás... Si es que, por ese precio, qué más se puede pedir. Mira las fotos... No, no, pero míralas, míralas bien.


- Vale, bueno... Pues, gracias. Si eso ya lo vemos.
- De mi parte, ¿eh? Tienes el nombre ahí, en el papelito.


Cuatro kilometros después, dos albergues a la misma entrada del pueblo. El de la izquierda, en lo alto, tiene una pinta que en algo me recuerda al de Foncebadón, con colores y florecillas pintadas. El de la derecha, "Albergue municipal. 5 euros", reza el cartel. "¿Qué hacemos?". "No sé, lo que quieras."


¡Flop!, se nos aparece otro señor. Mayor que el anterior. Sin barba, sin chaleco, sin visera, sin gafas y sin patrol, pero con boina. Negra. Este no estaba aquí esperando, sino que sale de casa y va a algún lado.


- ¿Buscan albergue?
- Pues sí. Estábamos mirando estos dos.
- Este lo llevan unos jipis, una pareja, y no sé yo. Me parece a mí que no se come bien... El municipal está muy bien, hombre. Vayan ahí que estarán muy a gusto.
- ¿Y en el municipal se come bien?
- No, ahí no dan comidas.
- Pero... ¿Usted ha hecho también el camino?
- No, yo no.
- Ah, ya... El caso es que nos han recomendado también este otro albergue que está en el centro del pueblo.
- ¿Esteee...? Una mierda. No vayáis. Mucho envoltorio y poca sustancia. Para eso, es mejor el de los jipis.
- Vale, bueno, pues..., muchas gracias. Ya vemos qué hacemos.
- Venga, adiós.


Pito, pito, colorito... Y al final, valía 6 euros, y no 5.


sábado, 10 de septiembre de 2011

Etapa 4,5: Retrato de familia

(X) 11/5/2011. Ponferrada.


-¿Me estás dibujando a mí?
-Sí, claro; si no, no se sabe si he venido solo, contigo, o con una rubia de estas.
-¡Uuuuuy...! Mira que yo no tengo paciencia.
-Tranquilo, que no hace falta que te quedes quieto. Tú a tu bola.
-Sácame guapo, al menos.
-Sí, sí, guapísimo.


(Silencio. Resignado, se distrae leyendo un papel. No le interesa. Levanta la cabeza hacia las mesas vecinas. Parece estar atendiendo alguna conversación ajena, pero con el mismo entusiasmo que cuando hay anuncios en la tele). 


-¿Y tú no sales?
-¿No salgo a dónde?
-En la foto.
-Sí, sí, yo también salgo, no te preocupes.


Mi padre es un hombre tan fácil que no se me ocurre mejor compañero de viaje. Igual, lo que ocurre, simplemente, es que somos muy compatibles. Nacima me dijo una vez que si algún día quiero saber cómo seré yo de viejo, sólo tengo que fijarme en él. Somos muy distintos, le contradije yo. ¿Distintos en qué?, me replicó. Y entonces le dije que como mi padre se enterara de que le había llamado viejo le iba a caer una que pa qué... Pero, no es verdad. No le va a caer ninguna.




PD: Para evitar confusiones: mi padre no es Arcadi Oliveres. Pero, Arcadi Oliveres también es otro superhéroe con el que me encantaría poder hacer un tramo del camino, aunque fuera de 100 metros.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Etapa 4: La involución de las especies

(X) 11/5/2011. Foncebadón - Ponferrada.


Yo creo que la teoría de la evolución de Darwin (y Wallace, que siempre nos lo olvidamos y tiene tanto mérito como el primero), no la hemos entendido. O eso, o tiene fallos. Sí, sí, como te lo digo: hay algo ahí que no acaba de..., no sé.


Mi abuelo, por ejemplo. Era un tipo largo como un perchero y rudo como un percherón que sólo se lavó el pelo con jabón para sus bodas de oro. Lo que llamaríamos, un machote. Así, como mi padre, él también tenía superpoderes, aunque no eran los mismos. Mi abuelo mataba avispas haciéndoles el pulso chino. Cada vez que nos poníamos a comer bajo la viña, en cuanto abrías el vino ya las tenías encima. Primero, nosotros tratábamos de ahuyentarlas abanicándolas respetuosamente con la palma de la mano, pero, si acaso se iban, volvían immediatamente con más amiguitas a reclamar su dosis de alcohol y su tapita de queso. Después, el abanico acababa por perderles el respeto, y al final terminábamos saltando de la silla y corriendo carreira abaixo al grito de ¡Quítamela, quítamela! 


Mi abuelo, en cambio, se mantenía impertérrito. No soltaba ni el tenedor. Las veía merodear y empezaba a decir "Pousa, pousa aquí". E, inexplicablemente, la avispa se posaba en su índice, se paseaba por él y, cuando llegaba a la articulación de las dos primeras falanges, el hombre bajaba el pulgar con la calma de un funcionario y la aplastaba. Lo hacía tan despacio que el bicho veía pasar su vida en imágenes, antes de espicharla. Nunca vi que le picara ninguna.


Mi padre no mata avispas porque es un superhéroe pacifista. Alto, lo que se conoce como alto, no es, pero porque está concentrado. Y tampoco es que sea calvo, aunque sí es extremadamente generoso donando pelo. Por ahí, la evolución no parece haber ido p'alante, sino más bién p'atrás, ¿verdad? Pero, en cambio, mi padre es todavía más duro que mi abuelo. Aguanta lo indecible, y a sus 75 años todavía no soy capaz de tirarlo a la acequia (min. 5:40).


A eso me refiero, a que luego vengo yo, que vuelvo a ser alto como mi abuelo (aunque, más que normalito para la media actual) y también tengo pelo, que va camino de blanquearse del todo en cuatro días. Pero de superpoderes, ni por asomo llego a lo de cualquiera de mis antecesores. Un ejemplo: vengo cojo desde Astorga, sin ir más lejos. Tengo un tobillo que empieza a parecer una rodilla. Nada más llegar, he leído en la guía que en esta fuente mete los pies todo dios, y me he dicho a mí mismo: "Espero que esté clorada, porque o meto el mío también o mañana no camino".


O sea, que lo de la evolución, más que ir a parar a algún lado en concreto, lo que parece es que vaya dando tumbos. Y el que tiene la suerte de pillar cacho, lo pilla, y el que no, pues a cascarla. Así es como funciona en realidad.


lunes, 29 de agosto de 2011

Etapa 3: El Fujitsu

(M) 10/5/2011. Astorga - Foncebadón.

¡Qué lugar más extraño! Si no fuera porque lo atraviesa el Camino, aquí no habría nada. Pero, nada de nada. El Fujitsu… (¡Dióssss, cuánto daño ha hecho la publicidad!).

Todo lo que hay son cuatro albergues (uno, dos, tres, cuatro) y un pedazo de iglesia. No un “peazo iglesia”, así, como si fuera la hostia de grande, no: un pedazo literalmente, un trozo, porque está que se cae a cachos. Y a parte de eso, ocho o diez casas, más que derrumbadas, profundamente deprimidas, hundidas casi en la miseria, cubiertas de chapas metálicas e invadidas por un ejército de hierbajos envalentonados, que no sé qué son.

Por lo que nos cuentan, sólo dos habitantes son autóctonos, una madre y un hijo, los dos ya mayores (ella más que él, intuyo). El resto deben de ser, pues, colonizadores, en el sentido estricto de la palabra, personas que han venido de cualquier parte del mundo buscándose la vida, y dispuestas a poner algo donde no había nada, salvo el camino. En algún lado he leído que hasta los años cincuenta o sesenta, en el pueblo llegaron a vivir hasta cien personas. Yo no sé qué me intriga más, si averiguar qué les pasó (por qué se fueron todos), o descubrir de qué huía el primero que decidió plantar aquí sus atributos, en medio del Fujitsu, mucho antes de que Camino y Negocio pudieran ir cogiditos de la mano.

Y sin embargo, hay algo incomparablemente bello, una paz casi sobrecogedora, en este culo del mundo: está tan lejos de todo que los únicos indicios de civilización que uno percibe son los crucifijos de viento que peinan el horizonte y una carretera insensata que parece ir de la nada A a la nada B, como si la hubieran hecho sólo por si alguien quisiera ir de uvas a peras, de pascuas a ramos, o de repente a cagar.

Sin duda, es un culo precioso e inolvidable... Como para ponerlo coronando un culendario.  




viernes, 26 de agosto de 2011

Etapa 2,5: Antoni Gaga

(L) 9/5/2011. Astorga.


No te he contado antes cómo llegamos hasta aquí. Definitivamente, no queda rastro alguno de kriptonita en muchos kilómetros a la redonda. Mira que me lo ha dicho gente: no le pongas suavizante a la capa, que luego no vas a poder seguir a tu padre. Y tenían razón, el suavizante me ablanda, y al final acabo barriendo y fregando el camino de una sola pasada con la sinhueso colgando... (la de hablar, me refiero). Veníamos tan deprisa que nos hemos pasado el albergue y casi nos metemos directos en el palacete de Gaudí.


¡Qué tío, este Gaudí! Debió de ser el Lady Gaga de la época. A mí me da la impresión de que tenía que estar más pallá que pacá, también. Más de una vez le debieron decir eso de ¡ánde vas tú con ese edificio de filetes colgando de los hombros!, porque es que se lo cargaba todo. ¿Cimientos? ¡Pa qué quieres tú cimientos! ¡'Pérate, que le doy la vuelta al macramé de la yaya y vas a flipar lo que me sale...! Ponle un espejo debajo y ya lo tienes, ahora seguro que aguanta. El caso es que hoy, tú vas paseando por cualquier lugar del mundo (Barcelona, Garraf, Astorga...), y de repente dices: pa mí que eso es de Gaudí. Y, ¡placa!, otra vez en el clavo.


Lo malo es que para dibujar te desanima. Tendría que decirle a mi padre que fuera tirando, que ya voy, y cuando él llegara a Santiago yo todavía estaría intentando entender lo del macramé. Así que prefiero dibujar mi ampolla (con perdón), y homenajear así al auténtico protagonista de este viaje: el queso.



jueves, 25 de agosto de 2011

Etapa 2: Juguemos al "Quién es quién"

(L) 9/5/2011. San Martín del Camino - Astorga.


Piénsalo un momento: ¿tú sabrías decirme en qué se diferencian las manos de un hombre y las de una mujer? No, no es que sean más anchas. ¿Cuánto más anchas?, ¿dónde está el límite? Puedo enseñarte manos igual de anchas de ambos sexos y tú las seguirías distinguiendo… ¿Y sabrías decirme cómo adivinas si un retrato de una criatura de tres años corresponde a un niño o a una niña? Ya, que hay fotos que te equivocas fijo; pero con esas fotos seguro que se confunde casi todo dios, y es porque esas criaturas en particular muestran aún rasgos intermedios entre ambos sexos, rasgos que habitualmente se van definiendo en uno u otro sentido, a medida que el bicho crece.


En realidad, ni siquiera importa si acertamos o no; lo que importa es que somos capaces de apreciar diferencias suficientes como para aventurarnos a dar nuestro diagnóstico y, sin embargo, la gran mayoría no tenemos ni puta idea de qué información concreta nos ha dado la clave. Es como si lo adivináramos por mera intuición.


Pues eso pasa también con la procedencia de los peregrinos. Los coreanos y los japoneses son los más fáciles: la diferencia con el resto es evidente, y entre ellos se distinguen porque a los japoneses les pasa con la cámara lo que a los borrachos con el vaso, que aunque no estén bebiendo no la sueltan. Los rusos también son fáciles, tienen la cabeza plana por detrás y se mueven como si el mundo les viniera pequeño. Pero, ¿en qué se diferencia un francés de un alemán y de un holandés? ¿Cuál de los tres es más alto, o más blanquito, o menos mediterráneo...? Pues depende, no podría decírtelo. El caso es que yo los veo de lejos, hago mi apuesta, me acerco a escucharlos y ¡placa!, casi siempre acierto.


Hagamos una prueba: ¿de dónde crees que es el señor que aparece en el dibujo? No vale leer lo que está escribiendo... Venga va, sí que vale.


miércoles, 24 de agosto de 2011

Etapa 1,5: Las hierbas del dibujante

(D) 8/5/2011. San Martín del Camino.


Los dibujantes son animales muy curiosos. Si escuchas a alguien decir ¡deja ya de analizarme!, la probabilidad de que al otro lado de esa queja se halle un dibujante es tan alta como la de hallar a un argentino. El dibujante te mira siempre como si llevaras la boca manchada de chocolate, o como si estuvieras increíblemente bueno, o como si le fuera posible leer tu genoma. Porque, lo cierto es que no te mira, te escanea. Y lo mismo hace con el resto de la realidad. Donde tú ves un simple manojo de hierbajos mugrientos creciendo en el margen de un camino de tierra que te lleva directo a un puticlub, él te encuentra nueve especies diferentes de gramíneas. Y tú piensas: ¿quieres quitarte de ahí, criatura, que con tanta luna tintada, el próximo mercedes que pase se te lleva por delante?




martes, 23 de agosto de 2011

Etapa 1: La primera en la frente

(D) 8/5/2011. León - San Martín del Camino.



Mi padre llegó con fiebre. Bueno, llegó con Victoria, pero ella se volvió a casa en tren. No es que se diera por vencida, es que ya lo había ganado todo. Así que nos quedamos él y yo, sentados en la cola del León, a pasar la tarde. Y, de repente, empezó a marearse y a sentirse somnoliento. Pensé que sería el jet-lag de haber venido andando desde Burgos que, quieras o no, eso te tiene que desplazar todos los ritmos circadianos. Pero cuando le pasé la mano por la frente, lo vi clarísimo: ¡por aquí tiene que haber kriptonita!

Lo dejé durmiendo en un convento y me fui a buscar la fuente de todos sus males por media fiera. (Media feria, no; media fiera). No hubo manera. Un yacimiento no puede ser, me dije, porque no hay montañas cerca, y además la kriptonita es como Messi, exogaláctica. Al final le traje un par de jolodrones de la farmacia y esperé a ver cómo amanecía.

Por lo que parece, el jolodrón, bien administrado, obra sus propios milagros. Se levantó el tío como si no hubiera árboles suficientes pa’ tanto gato, ni vías de tren pa’ tanta abuela a punto de ser arrollada. ¡Cómo corre el jodío!, la próxima vez le doy la mitad de la dosis, pensaba yo. Pero a medida que nos íbamos acercando a nuestro destino, sus fuerzas volvieron a menguar.

A la entrada del pueblo, nos quedamos en el primer albergue que vimos, para no tentar más a la suerte. Lavamos nuestras capas y nuestros bragueros y mi padre se echó a dormir el resto de la tarde. Yo salí a pasear y, de repente, ¡allí estaba el secreto! Un ovni descomunal se había quedado atascado en una inmensa columna en el centro mismo del pueblo, vete tú a saber desde hacía cuánto tiempo. ¿No te dije yo que tenía que ser cosa de la kriptonita? ¡Si es que...!



lunes, 22 de agosto de 2011

Etapa 0,5: Ni hacen puentes blancos, ni cuentan chistes

(S) 7/5/2011. León.


¿Y cómo os vais a encontrar en León?, le dijo ella. Pues como siempre se ha hecho, quedando en un sitio y a una hora en concreto. Ya, pero ¿y si le pasa algo a tu padre? Pero, ¡qué le va a pasar...! ¡Yo qué sé!, ¿y si no llega ese día? Pues, nada, cuando se haga de noche me voy a dormir a una pensión y vuelvo a esperarlo al día siguiente. ¡Luis, no seas cabezón, joder, llévate un móvil! ¡Que no me llevo ningún móvil, mamá, coño, no insistas más...!


Y ¿qué vas a hacer mientras esperas?
Algo se me ocurrirá.



PD: ¡Mira que confundir Carbajalas con Calatravas! Tres meses llevaba yo en ese entuerto... Ahora ya no cambio el título.

Etapa 0: Por una nariz (pero de las mías)

(V) 6/5/2011.  Barcelona - León.


Última palabra para cerrar el índice terminológico. Guardar. Cerrar. Enviar por correo... F, F, F... ¡Fernando! ¡Hala, ya está...! ¡Mierda, me queda menos de una hora para hacer la mochila y llegar a la Estación del Norte! ¿Y qué coño hago con las llaves....? Rápido, piensa... ¡Mamá!

¡Mayeeee! Que al final va a ser mejor que sí, que vengas a la estación, que no me da tiempo... Sí, sí, por eso te lo digo, por las llaves. No, bocadillo no hace falta, ya yo, si esooo.... Bueno, pues vale, tú misma. Muchas gracias. Hasta ahora, un beso.


A ver, la mochila, ¿dónde la tengo? ¿Qué llevo? Las botas, el saco... ¿Hará frío...? Mira, lo meto todo a saco y si me dejo algo ya veré qué hago. ¿Cómo se llega hasta allí? ¡Gran momento para colgarse internet! A ver si hiberándolo... Venga, venga... Venga, hombre... Ahí está. Chrome. Google. TMB Vull anar-hi... ¡Buah, no llego ni de coña! ¡El gas, que me lo dejo...! Voy más rápido por la escalera. ¡Taxíiiiiii...! Va lleno. ¡Joder, ya le vale, podía bajarse la banderita! Nada, ni uno. ¡Taxí! Este sí, este sí. ¡A la Estación del Norte, por favor! Vas con prisa, ¿no, chaval? A las diez, me sale. Yo creo que llegas. (¡Coño, yo creo, yo creo...!). 


Mira, ya estamos. Tenga, muchas gracias. Hasta otra. A ver, ¿de dónde sale?. El billete no lo dice, voy a bajar a la taq... ¡Mira: mamá! ¡Mayeee! ¡Hombre, por fin!, ¡ya estaba yo padeciendo!; pero, tranquilo, que te quedan 2o minutos aún. Y si me quedan 20 minutos, ¿por qué padecías? 


Por si acaso luego no me da tiempo.