martes, 29 de enero de 2013

En el mundo, hay dos clases de personas

Héroe: Eduardo Galeano.

Y ahora ponéis dos puntos y, a continuación, lo que se os pase por la mollera. ¡Qué sé yo...!, por ejemplo: los indignos y los indignados, como dice Galeano; o los de izquierdas y los de derechas, como cree todo el mundo; los que son más de fútbol y los que son más de básquet; los que roncan y los que padecen insomnio; los que creen que Amanece que no es poco es la mejor película de la historia y los que no la han entendido... Dos clases, siempre dos clases.

Pero la realidad suele ser un continuo, y no un conjunto de clases. Clasificarlo todo no es que sea ni bueno ni malo. Simplemente, nos resulta útil, porque es imposible que lleguemos a comprender más que unos cuantos casos, de todos los casos posibles de un continuo. Si no pusiéramos nombres a los colores, no podríamos ni siquiera hablar de ellos, aunque la diferencia entre un violeta y un azul sea una pequeñísima variación en la longitud de onda de la luz que vemos.

El problema está en que al final acabamos creyéndonos las clases que hacemos, las etiquetas que nos hemos inventado para cada color. Y, si te llamo azul, para mí tú vas a ser un azul aunque te empeñes en ser un violeta. No nos damos cuenta de que el hecho de que tú te veas de color violeta y yo te esté viendo azul, tiene más que ver con la cantidad de conos que cada uno de nosotros tiene en sus retinas que con la longitud de onda que estés reflejando... Somos así de limitaditos.

Y, sin embargo, ayer viajaba en tren, saliendo de Barcelona por la Meridiana, y al escuchar una conversación entre los pasajeros me di cuenta de que, realmente, en el mundo hay dos clases de personas: las que ven los edificios de Singuerlín de color gris y las que los ven de color verde. ¿Tú de qué clase eres?



Nota 1: La foto es de Daniel Julià Lundgren
Nota 2: Los edificios que te digo son los altos que ves a la izquierda, cuando acaban los naranjas, al otro lado de la carretera.


martes, 22 de enero de 2013

... ¡Y con mucho esmero!

Héroe 1: El óvulo. Héroe 2: Gregor Mendel.

Como te contaba, ahí tienes a ese espermatozoide preparado para construir a tu hijita, con su manual de instrucciones defectuoso bien aprendido, nadando como puede entre tantos millones de compañeros y dirigiéndose hacia el gigantesco óvulo de una hembra receptiva. Y aquello que a tontas y a locas, contra todo pronóstico, ¡zasca!, ¡va y lo fecunda! Pierde el flagelo, prácticamente se desintegra y sólo deja en el interior del óvulo su preciado librito. ¿Saldrá la niña albina?

Pues no lo sabemos, porque el óvulo también tiene su propio manual que dice cómo construir una criaturita nueva y, lo más probable es que no se haya equivocado al explicar cómo hay que hacer para producir la melanina. Ten en cuenta que al óvulo le pasa como al espermatozoide, que sólo tiene una copia, un único libro de instrucciones. Es lógico, porque si tanto el espermatozoide como el óvulo tuvieran dos manuales cada uno (como el resto de las células del cuerpo), ahora se juntarían con cuatro, y si ya cuesta ponerse de acuerdo entre dos, ¡imagínate tú con cuatro instrucciones distintas...! Por cierto, que la utilidad del asunto no quita que el óvulo también se sienta discriminado, y por eso también se larga del cuerpo de la hembra en cuanto puede, aunque lo hace de un modo..., digamos que distinto al del espermatozoide, a su ritmo, periódicamente, y liándola bien parda, si puede ser (todo hay que decirlo). Sí, es claramente otro rollo.

El caso es que en el óvulo que ahora nos ocupa, ¡las instrucciones están completas! ¡¡Bieeeenn...!! Vale, pero, ¿qué hacemos, ahora? ¿Le hacemos caso al óvulo o al espermatozoide? ¿Podemos negociarlo o cómo va la cosa?


Para solucionar el conflicto, afortunadamente existe todo un protocolo de actuación que permite decidir qué hacer con ambas informaciones, una especie de reglas del juego que no se sabe muy bien dónde están escritas, pero que sin ellas sería un follón impresionante llegar a tomar alguna decisión. Y para la melanina en concreto, la regla dice así: "En caso de que no coincidan las dos informaciones acerca de cómo hay que producir la melanina, le vamos a hacer caso sólo al libro que traiga las instrucciones correctas". Vamos, que esa niña va a ver perfectamente todos los colores y va a poder protegerse de los rayos del sol. Le ha pasado lo mismo que te pasó a ti, que la copia del otro manual os ha salvado.

¿Esto es así siempre? No. A veces la copia chunga es la que manda, a veces hay que negociar y a veces sale algo distinto de todo lo que podríamos esperar, pero en el caso del albinismo, es así como funciona la regla. ¿Y ya está? ¿Podemos quedarnos tranquilos? Me temo que no. Porque cuando esa niña empiece a desarrollar óvulos en su interior (¡siendo todavía un embrión, no te lo pierdas!) para poder tener su propia descendencia en el futuro, sólo la mitad de sus óvulos contendrán una copia correcta de las instrucciones para fabricar melanina, y la otra mitad no. Y eso significa que, aunque ella vea bien y pueda ponerse morena, puede que a sus futuras criaturitas no les pase lo mismo, en caso de que tengan la mala suerte de encontrarse con otro manual (el de un espermatozoide) que contenga el mismo fallo.

Por eso digo siempre que a los niños hay que hacerlos con cariño y esmero. Y a las niñas también, por supuesto. Pero, si te salen albinos, ¡hay que quererlos igual, eh!  Y si no, mira a Copito, lo que le quisimos todos, a pesar de su mala leche (nunca mejor dicho).

Por cierto, que las reglas generales de cómo funciona el protocolo del que hablábamos, las descubrió un monje austriaco llamado Gregor Mendel, gracias a una paciencia de santo y a una capacidad sin parangón para alimentarse de guisantes durante meses. Y nadie le reconoció su trabajo hasta que el pobre ya la había palmado, muchos años después. Que se sepa, la muerte no fue por empacho.


sábado, 19 de enero de 2013

A los hijos hay que hacerlos con cariño...

NOTA: si leíste esta entrada antes la fecha que se indica aquí arriba, olvídalo todo; me había colado, y por mucho. ¡Ahí va la buena!

Héroe: Antonio, el projapo. Antihéroe: Las prisas.

Pito, pito, colorito, dónde vas tu tan..., ¡Venga, va, comenzamos con un tío!

Imagínate que eres un tío (un macho de tu especie, quiero decir, sin ánimo de ofender a nadie) y hoy te sientes creativo: te apetece escribir un manual de instrucciones para explicarles a tus espermatozoides cómo se construye una criatura nueva completa, de la cabeza a los pies. ¿Por dónde empiezas...? Claro, ponerse a saco es un poco bestia, porque tendrías que tener en cuenta tantas cosas que te volverías loco, y además seguro que te dejarías algo. ¿No habrá una plantilla por ahí de la que puedas copiarte?

No, una no, ¡DOS! Resulta que, en cada una de tus células, tienes dos manuales completos y diferentes sobre cómo construir un nuevo ser. Vamos, que ahora mismo podrías dedicarte a hacer copias directas de estos dos libros, distribuirlas entre tus espermatozoides y ¡listos!, ya tenemos dos posibles hijos distintos que podrías construir con ellos. Por ejemplo: si escoges las instrucciones de uno, puede que te salga una criatura tirando a rubia, más bien alta y bastante hábil con la música, mientras que si eliges las instrucciones del otro, lo mismo te sale más bajita y menos musical, pero más deportista, por decir algo.

Pero, hay un problema: ¡dónde está aquí la creatividad, chavalote! Porque salvo copiar y repartir, tú no has hecho nada que sea novedoso... Y entonces se te ocurre una solución: ¿Y si en vez de pasar las copias tal cual, las mezclo? ¿Y si recorto frases, o incluso capítulos enteros, de uno de los manuales y las intercambio con las del otro manual antes de repartir las copias?

¡Brillante! Lo único que has de tener en cuenta es que, al final, no le hayas puesto cuatro orejas a uno y se haya quedado el otro sin ninguna (bueno, eso, y que estén colocadas en su sitio). Con este truco tuyo, ahora tienes muchas más posibilidades, tantas como espermatozoides seas capaz de crear. Vaya, que te podría salir un crío musical y deportista al mismo tiempo, y eso sería la hostia, aunque también te podría salir aficionado a interpretar el sentimiento japonés mientras se toca los huevos desde el sofá, que también sería la hostia.


El caso es que ya tienes tus libros acabados y te pones a repartir como un loco esas versiones tuneadas entre tus espermatozoides. Pero, ¡atención, muy importante! ¡Sólo les vas a dar una copia a cada uno! De hecho tus espermatozoides son las únicas células de tu cuerpo que sólo tienen una copia, un único manual de instrucciones, y no dos. Y, seguramente por eso, están cabreadísimos contigo y no piensan en otra cosa más que en largarse, dejarte ahí tirado e irse a vivir la vida por su cuenta. Es lo que tienen los agravios comparativos.

¡Muy bien! Vamos a revisar cómo te han quedado esos manuales: seleccionemos un espermatozoide al azar, por ejemplo, uno de niña (de los que van marcados con una X). Abrimos el capítulo que has dedicado a cómo funciona la visión y leemos lo siguiente: "Para que la chiquilla pueda distinguir bien los colores, le vas a poner en cada ojo 2 millones de conos de los que se activan con la luz roja, 2 millones de los que se activan con la verde y 2 millones más de los que van con la azul, y se los vas a concentrar bien mezcladitos en la zona de máximo enfoque de la retina." ¡Joder, qué nivel de detalle!, ¿no? ¡Realmente has pensado en todo...!

¿En todo? Me temo que no. Se te ha pasado por alto darle a ese espermatozoide las instrucciones para que la criatura pueda protegerse de los rayos del sol. Vamos, que te has olvidado de explicarle cómo tendrá que hacer la niña para producir una sustancia llamada melanina, y si ahora sigue las instrucciones de tu manual, ¡esa criatura saldrá albina! Es más, ni siquiera habrá servido de mucho que te hayas currado tanto lo del ojo, porque esa falta de melanina también le va a afectar a la visión... Efectivamente, siento decirte que la has cagado.


Vale, lo siento, no quería ser tan duro. Perdóname... La verdad es que no deberías sentirte culpable, porque ese fallo no es culpa tuya. Tu olvido se debe a que, en realidad, esa instrucción ya faltaba en alguna de las dos plantillas que has utilizado para escribir tus libros. Vamos, que se conoce que a tu padre también se le olvidó explicarte a ti cómo producir la melanina (o por lo menos, eso me ha dicho tu madre, para que no sospeche de ella). ¡Entonces, es culpa de mi padre!, estarás pensando. Por supuesto que no, ¿no ves que a él también le pasó lo mismo?, y tampoco es culpa de tu abuelo, ni de tu abuela. En realidad no es culpa de nadie. Lo que pasa es que, de vez en cuando, por las prisas, porque la tele está muy alta, porque se acaba la tinta de la impresora o por lo que sea, alguna copia del manual sale con fallos y, como nadie los corrige, se sigue copiando mal en adelante, de generación en generación.

Un momento, dirás, ¡pero yo no soy albino! Y tienes razón, aunque es probable que algún antepasado tuyo lo fuera (el del dibujo no, que ese apenas tiene parentesco contigo, aunque nadie lo diría). ¿Y por qué tú no lo eres si en tu manual no dice nada de cómo fabricar melanina? Pues, porque eso no es cierto, que por algo tus células tienen dos manuales, y no uno. Y resulta que en el manual de tu madre sí venía con todo lujo de detalles cómo fabricarla. Es lo mismo que la va a pasar ahora con tu niña, ya verás... Te lo cuento en la próxima entrada.