Héroe: Eduardo Galeano.
Y ahora ponéis dos puntos y, a continuación, lo que se os pase por la mollera. ¡Qué sé yo...!, por ejemplo: los indignos y los indignados, como dice Galeano; o los de izquierdas y los de derechas, como cree todo el mundo; los que son más de fútbol y los que son más de básquet; los que roncan y los que padecen insomnio; los que creen que Amanece que no es poco es la mejor película de la historia y los que no la han entendido... Dos clases, siempre dos clases.
Y ahora ponéis dos puntos y, a continuación, lo que se os pase por la mollera. ¡Qué sé yo...!, por ejemplo: los indignos y los indignados, como dice Galeano; o los de izquierdas y los de derechas, como cree todo el mundo; los que son más de fútbol y los que son más de básquet; los que roncan y los que padecen insomnio; los que creen que Amanece que no es poco es la mejor película de la historia y los que no la han entendido... Dos clases, siempre dos clases.
Pero la realidad suele ser un continuo, y no un conjunto de clases. Clasificarlo todo no es que sea ni bueno ni malo. Simplemente, nos resulta útil, porque es imposible que lleguemos a comprender más que unos cuantos casos, de todos los casos posibles de un continuo. Si no pusiéramos nombres a los colores, no podríamos ni siquiera hablar de ellos, aunque la diferencia entre un violeta y un azul sea una pequeñísima variación en la longitud de onda de la luz que vemos.
El problema está en que al final acabamos creyéndonos las clases que hacemos, las etiquetas que nos hemos inventado para cada color. Y, si te llamo azul, para mí tú vas a ser un azul aunque te empeñes en ser un violeta. No nos damos cuenta de que el hecho de que tú te veas de color violeta y yo te esté viendo azul, tiene más que ver con la cantidad de conos que cada uno de nosotros tiene en sus retinas que con la longitud de onda que estés reflejando... Somos así de limitaditos.
Y, sin embargo, ayer viajaba en tren, saliendo de Barcelona por la Meridiana, y al escuchar una conversación entre los pasajeros me di cuenta de que, realmente, en el mundo hay dos clases de personas: las que ven los edificios de Singuerlín de color gris y las que los ven de color verde. ¿Tú de qué clase eres?
Nota 1: La foto es de Daniel Julià Lundgren
Nota 2: Los edificios que te digo son los altos que ves a la izquierda, cuando acaban los naranjas, al otro lado de la carretera.
El problema está en que al final acabamos creyéndonos las clases que hacemos, las etiquetas que nos hemos inventado para cada color. Y, si te llamo azul, para mí tú vas a ser un azul aunque te empeñes en ser un violeta. No nos damos cuenta de que el hecho de que tú te veas de color violeta y yo te esté viendo azul, tiene más que ver con la cantidad de conos que cada uno de nosotros tiene en sus retinas que con la longitud de onda que estés reflejando... Somos así de limitaditos.
Y, sin embargo, ayer viajaba en tren, saliendo de Barcelona por la Meridiana, y al escuchar una conversación entre los pasajeros me di cuenta de que, realmente, en el mundo hay dos clases de personas: las que ven los edificios de Singuerlín de color gris y las que los ven de color verde. ¿Tú de qué clase eres?
Nota 2: Los edificios que te digo son los altos que ves a la izquierda, cuando acaban los naranjas, al otro lado de la carretera.