domingo, 11 de diciembre de 2011

Si calientas una rajita, la rajita se hace grande

Es algo físico, invariable y universal; a todas las rajitas les pasa lo mismo: cuanto más las calientas, más grandes se hacen. A veces, incluso, se hacen tan grandes que llegan a abrirse, y entonces reclaman fervorosamente toda nuestra atención. Y, como la evolución nos ha programado genéticamente para captar casi todas las señales de alarma que emiten las rajitas antes y después de abrirse, somos capaces de regresar abruptamente del sueño más profundo a las tres y cuarto de la madrugada, alertados y alterados por un tintineo rítmico y lechoso en la habitación contigua, e incorporarnos ipso facto, dando un bote en la cama, dispuestos a hacer cuanto esté en nuestra mano para que la rajita acabe de gotear del todo y deje ya de dar por saco.


Un consejo: si queréis hacer yogurt sobre un radiador, ni se os ocurra utilizar para ello un bote de vidrio que ya tenga una rajita. Especialmente, si colocáis el radiador junto al mueble más pesado y más bajo de toda la casa. Tengo un amigo de un amigo que dice que le pasó.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Etapa 11: Se non hai burro

(J) 18/5/2011. Melide - Santa Irene.


Cuando yo era pequeño, mis tíos y mis abuelos se esforzaban por hablarnos en castellano, e incluso por hablarlo entre ellos si mi madre, mis hermanas o yo estábamos presentes. Jamás solicitamos ese trato, pero supongo que para ellos era una cuestión de educación. Por fortuna, aquello debía de resultarles un esfuerzo agotador, porque a la quinta palabra de la segunda frase acababan sucumbiendo, y volvían a la lengua en la que amaban, contaban e insultaban, sin haberse percatado siquiera. A nosotros nos fascinaba escucharles y, así, por ósmosis inversatodos acabamos entendiéndoles.


Por aquel entonces, rondaba por casa un cassette de Xan das Canicas, un humorista pontevedrés que explicaba historias demasiado cortas para ser cuentos y demasiado largas para ser chistes, siempre con un final decepcionante, pero con un desarrollo incomparable; yo no quería que se acabaran nunca. Y repitiendo sus historias, eu falei o galego por vez primeira.


Entre esas historias, había una en la cual no he podido dejar de pensar desde que he llegado al albergue de Santa Irene. Es la historia de Josesiño, un hombre vago hasta el extremo al que lograron convencer para que ayudara a un grupo de ingenieros a hacer una carretera para su pueblo. Le pusieron en la mano una variña coloradiña e branquiña, coloradiña e branquiña, y lo enviaron a caminar por el monte. Diez pasos a la derecha, diez a la izquierda, cinco adelante, quince atrás..., y así todo el día, con el geógrafo en la loma de enfrente, persiguiéndolo con el teodolito. Al final, a Josesiño se le inflamó el escroto de tanto andar p'alante y p'atrás y empezó a decir:


- ¡Non aguanto mais! ¡Eu arreo o chollo! ¡Arreo o chollo, pero xa mesmo!
- Pero ¡cómo que dejas el trabajo, hombre! Vamos a ver, ¿qué te pasa?
- Home, por favor, que es que aquí nin hai método, ni organización, ni nada de nada... ¡Esto o que é, é una trapallada toda! Así que eu arreo o chollo, ¡xa está decidido!
- Pero, a ver, a ver, un poquito de calma... ¿Qué es lo que te molesta, andar de un lado para el otro con la vara en la mano?
- Home, claro, é que así non se fai nada, home, por Dios, que non fai falta nada diso para facer una carretera. En mi pueblo, cando hai que facer una carretera, soltamos un burro, e por donde vai o burro vai a carretera.
- Ah, muy bien, muy bien... Pero, a ver cómo te lo explico yo...: supón por un momento que no hay burro. ¿Qué haces entonces?
- Ah, sí, sí... Ahí sí lle dou a razón. Se non hai burro, entón... chamamos ó ingeniero.


El albergue de Santa Irene está situado en un pie de carretera, perdido en medio del medio de la nada, entendiendo "la nada" como el lugar entre dos pueblos. Más te vale llegar comido y bebido de casa, porque el establecimiento más cercano está a un par de kilómetros HACIA ATRÁS, ¡con lo que le jode al peregrino desandar lo andado! Y dices tú: ¡Calla!, que no es que lo hayan pensado mal, sino que esto es así porque han reaprovechado un edificio antiguo, lo que viene siendo la vieja oficina de correos. Muy bien, y ¡a quién coño se le ocurrió poner una oficina de correos aquí, en el medio del medio de la nada, lo más lejos posible de todos los destinatarios al mismo tiempo! ¿A quién querían putear, al cartero o al pueblo?


Y luego está la ducha. Como hemos sido de los primeros en llegar, el agua salía literalmente hirviendo, tan caliente que yo apenas he podido mojar la toalla para frotármela un poco por el cuerpo, porque he sido totalmente incapaz de meterme bajo el grifo. Y, en cambio, los que lleguen por la tarde se encontrarán con el agua irremediablemente fría. Todo ello, porque sólo hay un calentador eléctrico de una porrada de litros (eso sí) para todo el albergue y, claro, el pobre hace lo que puede. Así que, para que el agua se mantenga presuntamente caliente durante más tiempo, a alguien se le ha ocurrido poner el termostato por las nubes... Pero, vamos a ver, ¿es que nadie se ha dado cuenta de que los primeros 50 litros los esquiva todo dios y van a parar directamente al desagüe? Y, si los esquivas porque el agua está fría, mira, al menos no has derrochado energía en llevarlos casi hasta la ebullición. Pero así, ¡como no hagan un pacto con el carnicero para que se traiga los gorrinos que tenga que escaldar...! ¿De verdad nadie se ha dado cuenta de que, al final, los litros útiles de agua caliente son los mismos, que poner el termostato así es tirar el dinero y despilfarrar agua y electricidad?


Lo peor es que estoy seguro de que todo esto está pensado, que aquí ha habido un experto, un perito, un ingeniero, que ha decidido que así es como tiene que funcionar. Pero, me jugaría ambas gónadas a que ese hombre se llamaba, por lo menos, Platero.