domingo, 23 de abril de 2017

Cuando las fotos se desdibujan

Héroes: Los que se van y los que se quedan.

Murió mi tío Joaquín, el que está al lado de mi abuelo en la foto. Hace ya cinco meses. Como dice mi prima Ana, era el más simpático de los cuatro hermanos. Murió conectado a un tubo que dejó de suministrarle oxígeno y a una máquina infernal que no dejaba de pitar en cuanto algo no iba bien. Y nada fue bien.

La máquina fue intentando dibujar un horizonte durante horas, hasta que lo logró y la carótida de mi tío dejó de hincharse. Tuve la intuición de tocarla, como si necesitara confirmar que ya no había remedio, y la arteria reaccionó una última vez. De la impresión que me produjo, mi propia carótida impulsó un borbotón de sangre hacia el cerebro y el corazón me latió en los ojos. La sangre de mi tío ya no volvió a correr, y sus manos acartonadas se enfriaron casi inmediatamente.



Hace unos cuantos años, asistí a una visita guiada que Bea Barco organizó en el cementerio del Poble Nou, en Barcelona, para hablar de nuestra concepción de la muerte. Bea explicó que la pena es fruto de nuestra capacidad para reconocer que la pérdida es irrecuperable, sencillamente, porque cada individuo es único. No ha habido y no habrá otro tío Joaquín, porque su colección de genes, como la de cualquiera de nosotros, es irrepetible.

Si para mí hubiera sido una persona insufrible, no sentiría pena. Pero, para mí, fue otro héroe de estar por casa, y los recuerdos que guardo de él forman parte de los mejores momentos de mi infancia. Desde lo alto de su tractor, yo me sentía como si el mundo entero me perteneciera, y en cuanto bajaba a descargar la paja o a recoger las patatas, jugando a ser mayor, me daba cuenta de que era yo quien pertenecía a la tierra. Tal vez sea eso a lo que llaman echar raíces.

La pena está muy clara. Pero, ¿y el miedo?

A quienes lo vemos todo desde un punto de vista biológico, nos resulta fácil encontrar un origen evolutivo a ese miedo: temer a la muerte hace que evitemos las situaciones en las que podríamos morir, y eso aumenta nuestras probabilidades de dejar descendencia. Pero, sin duda, hay algo más.

Por un lado, está que en nuestra cultura apenas se habla de la muerte. Eso no ayuda a conocerla y, a menudo, lo desconocido también produce temor. Y por otro lado, está esa terrible sensación de ensayo.