(M) 10/5/2011. Astorga - Foncebadón.
¡Qué lugar más extraño! Si no fuera porque lo atraviesa el Camino, aquí no habría nada. Pero, nada de nada. El Fujitsu… (¡Dióssss, cuánto daño ha hecho la publicidad!).
Todo lo que hay son cuatro albergues (uno, dos, tres, cuatro) y un pedazo de iglesia. No un “peazo iglesia”, así, como si fuera la hostia de grande, no: un pedazo literalmente, un trozo, porque está que se cae a cachos. Y a parte de eso, ocho o diez casas, más que derrumbadas, profundamente deprimidas, hundidas casi en la miseria, cubiertas de chapas metálicas e invadidas por un ejército de hierbajos envalentonados, que no sé qué son.
Por lo que nos cuentan, sólo dos habitantes son autóctonos, una madre y un hijo, los dos ya mayores (ella más que él, intuyo). El resto deben de ser, pues, colonizadores, en el sentido estricto de la palabra, personas que han venido de cualquier parte del mundo buscándose la vida, y dispuestas a poner algo donde no había nada, salvo el camino. En algún lado he leído que hasta los años cincuenta o sesenta, en el pueblo llegaron a vivir hasta cien personas. Yo no sé qué me intriga más, si averiguar qué les pasó (por qué se fueron todos), o descubrir de qué huía el primero que decidió plantar aquí sus atributos, en medio del Fujitsu, mucho antes de que Camino y Negocio pudieran ir cogiditos de la mano.
Y sin embargo, hay algo incomparablemente bello, una paz casi sobrecogedora, en este culo del mundo: está tan lejos de todo que los únicos indicios de civilización que uno percibe son los crucifijos de viento que peinan el horizonte y una carretera insensata que parece ir de la nada A a la nada B, como si la hubieran hecho sólo por si alguien quisiera ir de uvas a peras, de pascuas a ramos, o de repente a cagar.
Sin duda, es un culo precioso e inolvidable... Como para ponerlo coronando un culendario.