miércoles, 5 de diciembre de 2012

Rubin vs Hutchins, dos titanes de la mañana

Héroe: Henri Rubin. Antihéroe: Levi Hutchins.

No es cuestión de que seas o no un obseso. Eso ni se cuestiona. El caso es que, te apetezca lo que te apetezca incurrir en un nuevo intento felizmente frustrado de dejar descendencia, mañana por la mañana volverás a levantarte cinco minutos después de que lo haya hecho tu pene. Es así: en este aspecto, él siempre te va a llevar ventaja.

Pero desengáñate, porque eso no indica en absoluto lo viril ni lo machote que tú eres. Lo que pasa es que en cada fase MOR del sueño (REM, en inglés), tus cuerpos cavernosos abren las compuertas y se llenan de sangre arterial. Es la mejor manera que ha encontrado la naturaleza de mantener entrenado y en buenas condiciones tu mecanismo de erección, por si acaso no sueles usarlo. Mira tú, qué suerte...

La cosa es que en cuanto notas que el edredón no te está tocando el vientre, te vienen ganas de abrir los ojos y acabar de despertar a la fiera, si no fuera porque es demasiado pronto, hace demasiado frío y tienes demasiado sueño. Así, que te das media vuelta y confías en que acto seguido se va a parar el tiempo. Hasta que, veinte minutos más tarde, no sólo no se ha parado, sino que no ha dejado de hacerse notar con su insoportable aullido electrónico cada cinco minutos, y cuando ya no conoces a más familiares de Levi Hutchins a los que mentar, decides estirar la mano, a ver si logras cargarte de un manotazo aquel engendro del diablo.

Y ahí es dónde la cagas. Porque, estés como estés tú colocado, tu mano va a ir a parar accidental y sistemáticamente a los glúteos de ella, o, lo que es peor, a sus senos. Es como si llevaran un imán. Y si tienes la mala suerte de que unos u otros son tiernos y jugosos como un melocotón a la par que tersos y crujientes como una sandía, ella va a notar tu interés. Sí, sí, lo va a notar. Entonces, te mirará con ese medio ojo de periscopio intentando enfocar el horizonte por encima del nivel de su sobaco y pensará: es demasiado pronto, hace demasiado frío y tengo demasiado sueño. Y tú, que eres un fenómeno comprendiendo el lenguaje no verbal, en cuanto le veas ese índice levantado que se tambalea lateralmente, cual Melendi en un aeroplano, te vas a decir: efectivamente, hoy va a ser que no y, además, soy un obseso.


Con suerte, volveréis a abrir los ojos cuando haga ya diez minutos que deberíais haber salido de casa, y entonces no os quedará más remedio que ducharos juntos, para optimizar el agua y el tiempo. Ella pondrá en marcha el calefactor antes de entrar en la ducha, para no congelarse al salir de ella, y te recordará amorosamente que eres muy guapo, pero que ahora no, cariño. Tú verás caer el agua sobre esos melocotones y esas sandías irresistibles y te va a costar mucho saber si realmente has salido de la fase MOR.

Entonces, ella saldrá de la ducha empapada, con todo su cuerpo brillante de rocío, notará que el aire está saliendo frío del calefactor porque ha saltado la palanquita y, en un acto irreflexivo, se agachará frente a ti, completamente desnuda y mojada, con la intención de volver a darle a la palanquita. Tú contemplarás aquel espectáculo deslumbrante y pensarás... 

... ¡Hay que ver la poca importancia que le damos al diferencial!

Que sí, que sí, que pensarás eso, te lo juro. Hace sólo 60 años, ese podría haber sido el último día en la vida de ese pibón que acaba de decirte que no (no lo olvidemos). Empapada y goteando, descalza  y desprotegida eléctricamente, acaba de lanzarse en picado sin la menor consciencia sobre un aparato eléctrico envuelto en una atmósfera de humedad extrema. Vamos, que tú la ves y lo que no entiendes es porqué no se ha convertido en un churrasco a la parrilla. Pues, porque gracias a la ocurrencia del sudafricano Henri Rubin, si hoy hubiera hecho contacto con el suelo, habría saltado el diferencial (lo que antiguamente se llamaban "los plomos"), se habría cortado la corriente, y a lo mejor a la noche hasta te podría decir que sí.

Por eso, yo hoy quiero romper una lanza a favor del invento del Sr. Rubin, que desde entonces ha salvado sin duda alguna miles y miles de vidas. Aunque desconozco si realmente puedo llamarle héroe, puesto que el hecho de que fuera un blanquito en Sudáfrica en los años 50 no me da demasiada buena espina. Pero esto último no son más que prejuicios y conjeturas por mi parte, y puedo equivocarme de pe a pa. Y si no, mira, con lo buen trabajador y aplicado que era el Sr. Hutchins y lo que nos ha jodido a todos con sus relojitos.