domingo, 30 de octubre de 2011

Etapa 9: ¡A estos los pasamos...!

(L) 16/5/2011. Sarria - Gonzar.


Íbamos a parar en Portomarín, pero era demasiado pronto, así que hemos continuado el camino, adelantando terreno para mañana. El resultado son 30 km en 6 horas, cargados con 10 o 12 kilos a la espalda y subiendo y bajando montañas. Aún voy un poco cojo, pero sólo en las bajadas. En las subidas tiro como un burro, y mi padre no afloja ni aunque le falte el aliento... La chica de Ávila dice que por donde pasamos se levantan las hojas, como si hiciéramos el recorrido a caballo. "Así no podéis disfrutar del paisaje", nos dicen. Pero no es cierto; nos dejamos maravillar a menudo por lo que vemos, y lo vamos comentando. Sólo que eso no nos distrae en absoluto del objetivo. ¿Qué objetivo...? 


Pues, ¡muy buena pregunta! No lo sé. ¿Llegar? Tal vez ni siquiera tengamos los dos el mismo. Pero lo que está claro es que, cuando se nos mete algo entre ceja y ceja, no hay paisaje, lesión, ni edad que nos aparte del calendario.  Ni psicoanálisis, ni terapia conductual, ni gestalt, ni constelaciones familiares, ni estupefacientes, psicotrópicos, gominolas o jarabes para la tos... ¿Tú quieres conocerte a ti mismo? ¡Pues ponte a caminar con tu padre!


Cada día aprendo algo. Hoy lo más gracioso ha sido cuando estábamos a punto de acabar la cena. Mi padre, de cara a la barra, me dice:
- ¿Ves ese hombre de ahí?
- Sí.
- Pues, ese tiene que ser más joven que yo.


Me giro para mirarlo mejor. Se le ve mayor, pero aún está activo. Seguro que trabaja duro, a tenor de sus manos callosas, su piel curtida y su camisa y sus pantalones manchados, pero lo cierto es que se mueve con bastante dificultad y parece estar en otra órbita, como los que son viejos de verdad.
- ¡Imposible! - le digo - Ese hombre tiene, lo menos, cinco años más que tú, si no son más.


¡Y va el tío y se lo pregunta! ¡Con todo el morro! Sí, sí, con toda la amabilidad, pero con todo el morro también. Nos acercamos a la barra para pagar y le dice:
- ¡Jefe, buenas noches!
- Buenas noches - nos mira de arriba a abajo y añade - Y buen camino.
- Muchas gracias... Perdone, pero ¿qué edad tiene usted?
- 71.


Y de repente, una enorme sonrisa ilumina la cara de mi padre, se eleva cinco centímetros sobre el suelo, le pone la mano en el hombro a su interlocutor y, señalándose a sí mismo, le dice: 
- 75.


Instantes de duda. Flexiono las rodillas, suelto precipitadamente la cartera y la guía sobre la barra y saco la otra mano del bolsillo por si tengo que intervenir ante el inminente hostiazo que presagio. Pero, no. Todo lo contrario.
- ¡Caramba! ¡Pues está usted hecho un chaval!
- Camino mucho - (¡Nos ha jodido!) - y hago mucha bici, también.


Y se ponen los dos a hablar de sus cosas de gallegos. Yo me voy haciendo pequeño y me pongo a pensar en lo fácil que sería el mundo si la gente no viera mala intención donde no la hay. Y es que, además, casi nunca la hay.









sábado, 15 de octubre de 2011

Etapa 8: Perdona, ¿tú eras...?

(D) 15/5/2011. Triacastela - Sarria.


Ayer hubiera jurado que me había quedado sin fichas para seguir en la partida, pero el encuentro con Susana ha resultado absolutamente providencial. Hoy anduvimos veinte kilómetros, los quince primeros, como si me hubieran puesto tobillos nuevos. Cuando me he quitado la venda, tenía una enorme pelota a media pierna, a la altura aproximada de la pantorrilla. La inflamación no había podido bajar al tobillo, y por eso he podido mover el pie con comodidad casi hasta el final de la etapa. Ayer me iba para casa; hoy ya sé que esto no se me va a curar en un mes, pero a Santiago llego, ¡por mis gónadas que llego!


Son muy curiosas las relaciones que se establecen en el Camino entre la gente más variopinta. Algo parecido a lo que pasa en el ambiente de los castellers, a quienes cada vez admiro más y envidio menos. La confianza, la gratitud, la solidaridad, la amistad..., todo se magnifica (o eso o, como sospecho, en nuestra vida habitual llevamos todos esos valores amordazados). Lo que está claro es que el esfuerzo común por una misma meta y la dureza de las condiciones ayudan mucho a creer que ese que camina contigo es ya tu verdadero amigo. Te pones a hablar con él y, cuando te quieres dar cuenta, llevas cuatro días de confesiones, durmiendo prácticamente a su lado, y no tienes ni puta idea de cómo se llama. Y, claro, a estas alturas, ya te da hasta cierto apuro preguntárselo. 


Están... el de León; sí hombre, sí, este que es muy tranquilo y parece así como muy sensato. Y el aragonés; el de la bici también, pero yo decía el otro, el que quería estudiar para ingeniero de alcantarillas porque dice que es una profesión con muchas salidas. Y los dos cuñados de Cádiz, que siempre nos dan ánimos. Y la parejita esta de Vigo, que son un encanto. Y la francesa, que hace ya días que no la vemos; igual han acabado cogiendo un autobús, porque el 18 tenían el avión de vuelta desde Santiago. Y la argentina, una así rubia, muy alta, que sonríe mucho y va con un chico inglés; que sí, que sí, que la has visto seguro. Y los de Ávila; exacto, el del sombrero de paja rojo y la chica hiperenergética; sí, muy majos también...


Al final acabas haciendo malabares con el lenguaje para que nunca venga a cuento tener que nombrar a nadie, hasta que alguien lo hace por ti, y entonces ves el cielo abierto y no paras de utilizar su nombre como comodín entre frase y frase, otorgándole sin pensar el título oficial de amigo... Pero ambos sabemos que la amistad es algo más. Aunque este es un buen comienzo.